martes, 7 de octubre de 2008

Cuento

Un día el pequeño Sebastián curioseaba en el armario de su casa, ahí donde su papá guardaba un montón de objetos extraños. Había una cafetera que perteneció a su abuelo. Era tan grande que se parecía a la podadora de Don Jacinto, el conserje de la escuela donde estudia Sebas, así le decían sus compañeros. Una máscara de madera muy antigua, cuadros de pinturas de gente muy extraña. Pero lo que mas llamó la atención de Sebas fue un estuche de fieltro rojo que contenía un montón de monedas, papeles, tarjetas y hasta una piedrita amarilla que brillaba mucho. “¡Ya se!, voy a invitar a Frida para que juguemos al mercadito con estas monedas de papá” -Dijo el pequeño Sebas-. Y al llegar a la casa de su amiga: “Buenas tardes Doña Lupe.” –Saludó cortésmente- “Hola Sebastián, ¿Cómo estas?” –respondió la mamá de Frida- “Bien, gracias. Traigo estas monedas para jugar a la tiendita con su Hija.” “¡Que bonita colección Sebas!, ¿de quién son estas monedas?” “De mi papá, pero el no esta en casa y las he tomado prestadas por un rato.” -contesto Sebas en voz baja- “Son muy valiosas y debes de tener mucho cuidado en no perderlas, seguramente tu papá se molestaría mucho.” --Le advirtió Doña Lupe al niño-. “¡Hola Sebas! -Saludó Frida al bajar las escaleras-. “Hola Frida, ¡Mira, traigo estas monedas para jugar a los comerciantes! -Dijo entusiasmado Sebas-. “Mamá, ¿me das permiso de jugar con Sebastián en el patio?” “Si, pero antes hay que ir a tirar la basura al contenedor, no tarda en pasar el camión recolector.” “Si señora, -dijo Sebas-, yo le ayudo, ¡vamos Frida!” Salieron corriendo y en un dos por

tres ya habían sacado la basura de la casa y dejado en el contenedor. El patio de la casa era muy grande, tenía muchas flores de todos colores, el césped muy verde y bien cuidado. Así como don Jacinto cuidaba el de la escuela. Al final del patio había muchos árboles muy grandes y frondosos que daban muy buena sombra. “Ayúdame con esta mesita, la llevaremos hasta aquél cedro, ahí pondremos nuestra tienda.” -Dijo Frida-. “Si y venderemos las galletas que mi mamá acaba de hornear.” -Contesto Sebastián- “¡Oye! este juego nos va ayudar a aprender mucho sobre el comercio; recuerda que la maestra Paty nos dijo que la clase de mañana trataría sobre el tema del dinero y su uso…” En eso estaban cuando de repente: ¡trun trash crap pum! Un fuerte estallido al final del patio los hizo saltar y gritar de susto. Corrieron a esconderse en la casita de Figo, el perro que Frida recibió como regalo de cumpleaños. ¡Guau Guau Grrr! figo no paraba de ladrar y gruñir ante la invasión de los pequeñuelos a su casa. ¡Shht shht figo, guarda silencio! -le pedían los niños- que trataban de calmarlo para no ser descubiertos. Pues una nave redonda, muy extraña y con muchas luces acababa de caer del cielo en el patio de la casa de Frida. A figo lo calmaron con una galletita que Sebastián había tomado antes de que esa nave extraña aterrizara. Después del estruendo el silencio reinaba y solo se podía escuchar las hojas de los árboles que eran mecidas por el viendo. Cuando de repente un extraño casi del mismo tamaño de Frida y Sebas con ojos grandes y cuerpo azul salio de entre las ramas. “¡Hola amiguitos!, mi nombre es

Calem; soy de una galaxia muy lejana a esta y vengo en paz.” Sebastián y Frida Salieron muy despacito del la casa de figo. Saludaron a Calem, pues ya no tenían miedo, de hecho hasta les causo gracia pues la voz de Calem les parecía como la voz de la contestadota del restaurante al que los llevaban a comer hamburguesas los domingos. Se presentaron con Calem y le invitaron a que se quedara a jugar con ellos. “¡No puede ser!” -Grito de repente Sebastián- dejando Calem un poco asustado y a Frida un tanto extrañada por la reacción de Sebas. “¿Que sucede?” -pregunto Calem a Sebas- que estaba ya de rodillas en el suelo buscando algo. “He perdido algunas piezas de la colección de mi padre y si no las encuentro voy a estar en tremendo apuro cuando se entere.” En el estuche faltaban algunas monedas: una flecha que también se utilizaba en la antigüedad como objeto de cambio, una moneda persa de la época del rey Darío, un billete de la antigua China, una tarjeta de crédito y un peso. “Conseguir todo esto va a ser muy difícil.” -dijo Frida. “¿De donde vamos a sacar todas esas cosas tan antiguas? solo viajando en el tiempo.” “¡Eso es! -dijo Calem muy entusiasmado-. “Yo puedo viajar en el tiempo y con mi maquina podemos ir los tres.” “¡Si, buena idea!
-Contestaron los niños saltando de alegría-. Frida lleno su mochila con galletitas para comer durante el viaje. Y así: Sebastián, Frida y Calem subieron a la nave y emprendieron el viaje juntos a través del tiempo para recuperar las piezas perdidas. ¡Zuuum! voló la nave y en un instante: ¡trun trash crap pum! Nuevamente aterrizo;

pero ahora se encontraban entre volcanes, cuevas y mamuts, esos que parecen elefantes pero mucho más grandes y peludos. Se encontraron a un hombre de las cavernas que vestía con una piel de mamut, era chaparrito y gordo con una barba muy larga y negra como su pelo. Llevaba una cuerda atada a su cuello con muchas flechas de piedra como la que estaban buscando. Sebastián le pidió una y como no les entendía trato de arrebatársela. El cavernícola muy molesto lo tomo del brazo y se lo llevo al hombro mientras huía hacia su cueva. Calem y Frida fueron tras el para rescatar a su amigo pero lo perdieron de vista. Llegaron a una tribu y ahí se dieron cuenta que todos intercambiaban sus artículos por otros. Unos pedían flechas por pieles de mamut, otros, pescados por frutas silvestres. Más allá había quienes cambiaban arpones para pescar por cuchillos de piedra. “¡Claro! –Exclamo Frida- esta gente no usa dinero y si quieren algo no lo compran, cambian artículos por lo que necesitan.” Entonces a Calem se le ocurrió una idea. “¡ya se!, iremos al río a pescar y cambiaremos los pescados por Sebastián.” “Pero no tenemos un arpón para pescar.” -respondió Frida-. “Pero podremos cambiar tu mochila por uno.” -dijo Calem-. En eso pasaba otro hombre de las cavernas que se dirigía al río a pescar pues se le veía que tenía mucha hambre. Frida le enseño la mochila con galletitas y sin mayor problema realizaron el trueque. Pescaron cuatro mojarras y regresaron para buscar al cavernícola que había raptado a su amigo. Después de tanto caminar por fin encontraron la cueva donde estaba Sebastián. Pero el cavernícola no


tenía un pelo de tonto. Pues además de las mojarras
también quería el arpón de pescar. Accedieron al trato
logrando rescatar a su amigo y obtener la flecha de piedra que les hacia falta. La siguiente moneda que tenían que encontrar era una moneda persa de la época del rey Darío. Salieron corriendo de la cueva antes de que se arrepintiera el cavernícola y subieron inmediatamente a la nave. ¡Zuuum! y… ¡trun trash crap pum! hizo la nave al aterrizar esta vez entre palmeras llenas de dátiles, extraña fruta amarillenta y muy dulce que dejó encantados a nuestros aventurados y valientes amiguitos que se llenaron la barriga de tanto comer. La gente era más presentable que nuestro anterior cavernícola, pues aunque también usaban barba esta era más cortita y limpia. Sus ropas eran como sábanas enrolladas sobre el cuerpo y en la cabeza usaban un tipo de sombrero de trapo que ellos llamaban turbante. Cosa que les causo mucha gracia y no dudaron en reír por un instante. “Ahora, ¿como vamos a encontrar la moneda que nos falta?” -Pregunto Sebastián-. En eso un paso un hombre con un cántaro sobre su cabeza gritando algo que ni Frida ni Sebastián entendían. Por fortuna nuestro visitante espacial dominaba todos los idiomas de nuestro planeta y así pudieron saber que el señor del cántaro era el aguador de la ciudad y sus gritos anunciaban ¡agua, agua fresca! Calem le llamo para pedirle agua, pero el aguador pego un grito de susto al ver a esa cosa azul y enana que le hablaba en su propio idioma se acercaba a el. Soltó el cántaro y echó a correr. Pero se le cayeron algunas monedas sobre la arena

mismas que había obtenido vendiendo el agua fresca. Sebastián corrió de inmediato a recoger las monedas de la arena. “¡Que suerte!, -grito-, ya no tenemos que buscar mas.” Pero como Frida era una niña muy educada y justa no le pareció correcta la actitud de su amigo. ¿Que culpa tenia el pobre aguador de haberse asustado con Calem? No era justo que después de haber caminado mucho tiempo sobre la arena caliente y con el cántaro sobre su espalda perdiera el dinero. “Vayamos a buscar al pobre hombre y regresémosle sus monedas.” –dijo Frida- A Calem le pareció una idea estupenda y una actitud muy digna de imitar. Pero la búsqueda fue en vano, el aguador debió de estar tan asustado que corrió hasta el desierto. “Vayamos al templo de la ciudad, ahí están los sacerdotes del rey y ellos sabrán que hacer con este dinero porque no nos lo podemos quedar.” -les dijo Calem-. Después de mucho caminar y subir muchos escalones llegaron a lo alto de lo que parecía una pirámide, allí, en medio de unas columnas altísimas se encontraban los sacerdotes, hombres rapados de la cabeza con los pies descalzos que solo llevaban una túnica sobre su cuerpo. Calem les contó lo sucedido con el aguador y sus monedas. Al escuchar la historia los sacerdotes quedaron asombrados por la honradez que mostraron estos extraños visitantes y decidieron recompensarles su buena obra con una moneda de oro que llevaba la imagen del rey en uno de sus lados.
Viajaron nuevamente en el tiempo y cuando la nave se detuvo ya estaban en la antigua china. Era la época de la dinastía Tiang. El paisaje era hermoso, era como estar en

un paraíso, bueno, eso les dijo Calem, que ya había visitado uno. El canto de las aves les daba cierta paz
a los recién llegados amiguitos. Esto tranquilizó un poco
a Sebas, pues estaba preocupado pensando en lo mal que lo pasaría con su familia sino recuperaba las piezas faltantes de la colección. El hermoso canto de las aves y la preocupación de Sebas fueron interrumpidos de repente por las luces y truenos de un montón de cohetes que alumbraban y estallaban en el cielo. Era día de fiesta en la aldea y un niño que pasaba junto a ellos les invito a que lo acompañaran al festín. “Mi nombre es Lin Yuan, -se presentó el niño- he venido de una aldea muy lejana solo para participar en el concurso de acertijos que el emperador hace cada año de fiesta.” Calem y Sebas se dieron cuenta de que Yuan le sonreía mucho a Frida y sospecharon que al niño le había gustado su amiguita. Al llegar a la aldea comieron de todo lo que les ofrecieron los aldeanos. Gente muy simpática y amable, de ojos rasgados y muy pequeños. Usaban ropa de colores muy vistosos; tanto hombres como mujeres tenían el pelo largo el cual se recogían haciéndose un chonguito en forma de cebolla. Calem y Sebas estaban comiendo unas ciruelas que Yuan y Frida cortaron de un árbol en medio de la plaza cuando de repente: ¡Wong! Era el sonido de un plato enorme que colgaba de la pared del palacio y unos hombres muy fuertes lo hacían sonar cuando el emperador aparecía y los aldeanos debían de guardar silencio. El concurso comenzó con la participación del Lin Yuan que después de hacer una larga reverencia al emperador Este le pregunto:

“¿Me podrías decir que es tuyo el papá de tus primos?” Como Lin Yuan, además de ser listo, tenía una familia muy numerosa supo con facilidad que la respuesta al acertijo debía ser su tío. El emperador sorprendido con la rapidez de la respuesta le dio a Lin Yuan tres billetes más de los que el premio anunciaba. Calem, Frida y Sebastián aplaudieron con mucha alegría y corrieron a darle un abrazo de felicitación. Lin Yuan al sentirse querido por sus nuevos amigos les dio uno de los billetes que había ganado para que cuando regresaran a su tiempo no lo olvidaran. Se despidieron con abrazos y lágrimas en los ojos del pequeño Lin Yuan que les acompaño hasta donde estaba la nave. ¡Zuuum! salieron volando de la antigua China para ir a… ¡trun trash crap pum! Caer en medio de una calle muy bien pavimentada y rodeada de enormes edificios que parecían llegar hasta las nubes. Era la gran ciudad de Nueva York les explicó Calem. Había mucho ruido y coches por las calles que rumbaban mucho y avanzaban poco. “Las llantas se parecen a las ruedas del carretón de mi abuelo.” -Dijo Sebas con mucha gracia-. Estaba lloviendo y nuestros amiguitos entraron a un gran almacén para cubrirse del agua. Al entrar les saludo Henry, un viejito muy simpático y sonriente. Usaba lentes claros, un chaleco muy elegante adornado con un moño de bolitas blancas. Les ofreció una tasa de té y los niños le preguntaron por qué hablaba muy bien el español siendo que en Nueva York todo mundo hablaba inglés. El les contó la historia de su familia y resulto que su padre era mexicano y su mamá americana. El abuelo, como decidieron

llamarle de cariño a don Henry, escucho con atención a sus tres nuevos amigos que habían ido a parar ahí en busca de una tarjeta de crédito. “Pues han venido al lugar correcto, unos banqueros de la ciudad están promocionando el uso de las tarjetas de crédito y me han dejado algunas para que las reparta entre mis clientes.” Les entrego una al despedirse de ellos y regresaron muy contentos a la nave de Calem que esta vez los llevo de regreso al patio de la casa de Frida. Había llegado el momento de la despedida, pues Calem tenía que regresar a su galaxia. Frida y Sebastián se pusieron tristes al saber que su nuevo amigo tenía que marcharse. “No se pongan así, -les dijo Calem- con voz dulce y muy tierna, siempre estaré en contacto con ustedes, cuando vean una luz azul muy brillante en el cielo sabrán que soy yo que les mando saludos desde mi casa.” Frida se quito un collar que ella misma hizo con piedritas del río y se lo regaló a Calem. Sebastián no tenía nada que darle en ese momento, pero sintió que un abrazo de despedida seria lo mejor; mismo que Calem acepto con mucho gusto y nunca olvidaría. “Adiós” y… ¡Zuuum! se fue Calem en su nave redonda como un plato gigante, más grande que el wong que habían visto en la antigua China. La nave dejó una estela de colores como un arco iris y desapareció en el cielo. “Vamos a poner las piezas recuperadas en el estuche de mi papá.” - -Dijo Sebas- que empezó a contar en voz alta; “una flecha de piedra, una moneda persa, un billete chino una tarjeta de crédito y… ¿el peso? ¡Nos falta una moneda de peso! -grito Sebastián asustado-. ¿Ahora como vamos a


conseguir la moneda? si nuestro amigo Calem se ha ido.” “No te preocupes” -dijo Frida-. mientras le tomaba del brazo y entraron corriendo a la casa. “Yo he estado ahorrando una parte del dinero que me dan para gastar en el recreo, tengo muchas monedas de peso y te daré la que falta.” Saco su alcancía y le dio a Sebastián la moneda que le necesitaba para completar la colección. “Ya es tarde y debo regresar a casa” -dijo Sebas-. “Si, pero recuerda que hoy aprendimos mucho sobre la historia del dinero y como la gente lo a usado desde la antigüedad.” -Dijo Frida-. “Y también aprendí a que no debo de tomar las cosas que no son mías y cuidar lo que tengo. –respondió Sebas-. “Mañana comentaremos en clase con la maestra Paty de nuestro viaje y haremos nuevos amigos pues estoy segura de que esto pondrá muy feliz a Calem. -Dijo Frida- mientras miraban al cielo pensando en su amigo que regresaba a casa. La aventura de nuestros amiguitos terminó aquí pero la amistad y el conocimiento perduraron por siempre en ellos; que cada noche, desde la ventana de su casa, veían brillar en el cielo una luz muy bonita de color azul.

1 comentario:

Venegas dijo...

Este cuento es el original escrito por mi y alguien copio para publicarlo con algunos cambios.

No puede demostrarlo núnca y se perdió en la red. Lo ironico es que participe con el en un concurso a nivel estatal y perdí mientras quién lo haya "fusilado" debió ganar ya que fue publicado por una org. extranjera.